Monasterio de la RESURRECCION



"En tierras del Ebro desde 1304. 
Mis moradoras llegaron de Tierra Santa. 
El Santo Sepulcro es su origen y bandera. 
Soy joya del mudéjar y testigo del pasado romano de Zaragoza. 
Orgulloso estoy de ser lugar de recogimiento y Oración."

 La fundación de este insigne monasterio se debe a Doña Marquesa Gil de Rada  -hija del rey de Navarra, Teobaldo II y nuera de nuestro rey Jaime I el Conquistador.
Pese a ser una fundación real, el principal benefactor fue Fray Martín de Alpartir. Figura sobresaliente del tiempo que le tocó vivir, el cual fue entre otras cosas Prior de la Seo zaragozana, Tesorero del Arzobispo Lope Fernández de Luna  y embajador ante la corte del rey Martín el joven de Sicilia. A él se deben las obras más destacadas del monasterio que le confieren su impronta mudéjar. Sus restos descansan en la Sala Capitular, donde fue enterrado solemnemente en 1381.







 
El monasterio sigue el modelo del Santo Sepulcro de Calatayud,  convirtiéndose el claustro en el elemento distribuidor del espacio. Aquí encontramos tres de las estancias más destacadas como son la Capilla, el Refectorio y  la Sala Capitular. Esta última, de planta cuadrada y cubierta con sencilla bóveda de crucería, es el conjunto más singular ya que en ella encontramos integrados elementos de épocas pasadas como las columnas y capiteles islámicos de tradición taifal, lo cual ha llegado a especularse con otro uso mucho más antiguo que pudiera tener esta estancia en alguna edificación anterior, recordemos que parte de la misma se aloja en uno de los torreones de la muralla romana.
Es sin duda una estancia soberbia y bellísima que nos conecta con la esencia plenamente mudéjar del conjunto monástico, destacando sus solerías y trabajos de agramilado que decoran las paredes y la totalidad de la bóveda. Como decía guarda semejanza con el convento de la misma Orden promovido en Calatayud por el propio Fray Martín de Alpartir. -En el Museo de Zaragoza podemos apreciar un bellísimo retablo obra de Jaume Serra que fue realizado para ser expuesto en esta sala y en donde aparece representado el propio mecenas en dos de sus tablas-. 
El que fuera el principal lugar de reunión de la Comunidad es también el más sagrado para la misma, ya que en uno de sus lados  encontramos la Cripta, donde podemos contemplar subyugados por el ambiente de recogimiento que lo impregna todo, un magnífico conjunto escultórico renacentista que representa a Cristo yacente acompañado de las tres Marías, Nicodemo y José de Arimatea.









  

También destacan por su originalidad la Iglesia monástica de tres tramos separados por arcos rebajados y techumbre de madera. Es una pieza sencilla que se comunica con la sala Capitular antes descrita y hoy se utiliza para fines complementarios por parte de la Comunidad ya que las funciones litúrgicas se hacen en la antigua Parroquia de San Nicolás, plenamente integrada en el conjunto monástico ya que desde 1381 el monasterio obtuvo el derecho de patronazgo sobre la parroquia otorgado por el Arzobispo Don Lope a petición de su fiel consejero, el ya mencionado fray Martín de Alpartir.

En el lado opuesto del Claustro encontramos el primitivo Refectorio otra de las estancias de clara impronta mudéjar en donde podemos encontrar -al igual que en el Claustro- escudos que atestiguan la alcurnia de sus promotores que aparte del canónigo fray Martín, también lo fueron el Arzobispo zaragozano Lope Fernández de Luna y como no, el propio rey Pedro IV de Aragón.






Pero el monasterio es mucho más que todo esto ya que un lugar que atesora más de setecientos años de historia tiene múltiples aspectos que mostrarnos. La Semana Santa se vive con especial devoción aquí, convirtiéndose la Iglesia de San Nicolás y otras estancias monásticas en punto destacado en los actos procesionales y por tanto de visita obligada.




Sin duda alguna estamos ante uno de los lugares más deliciosos de la Zaragoza monumental, por historia, por arte, y sobre todo por no haber perdido la esencia que siempre tuvo. Por la gentileza y el amor que hacen gala sus moradoras  y por abrir siempre las puertas de su casa les doy profundamente las gracias.






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