Iglesia de SAN PABLO


Enclavada en el barrio del gancho zaragozano, la iglesia de San Pablo se yergue como un barco varado, repleto de tesoros por descubrir al curioso y a la vez, es lugar privilegiado para la oración y el recogimiento.


El origen de esta parroquia se pierde en la noche de los tiempos y sabemos que en 1259 se señalaron ya sus límites. El templo que hoy vemos es fruto de diferentes épocas que comienza con la construcción de la fábrica de estilo mudéjar que habría sustituido a la anterior iglesia románica dedicada a San Blas. En origen sería de una sola nave con profundas capillas entre los contrafuertes y torre a los pies que ya estaría concluida en la primera mitad del siglo XIV.


Dicha torre es un ejemplo soberbio dentro de las iglesias mudéjares zaragozanas, la de mayor altura y que sigue el modelo de los alminares almohades musulmanes, en donde una torre exterior cobija otra en su interior separada en pisos quedando el hueco entre ambas para alojar la escalera.
A principios del siglo XV, la iglesia se había quedado pequeña, ya que era la única en tan populoso barrio y se decidió una ampliación muy ingeniosa. Se aumentaron dos naves, una a cada lado de la anterior nave única y dichas naves se continuaban por un amplio deambulatorio que rodeaba la cabecera y una “claustra” a los pies, quedando por tanto la torre en el interior del nuevo templo ampliado. 





Posteriormente entre los siglos XVI y XVIII, se añadirán grandes capillas en la nave derecha (por motivos de espacio de mayor anchura que la izquierda), en la cabecera y en los pies.
Quedará de esta forma configurada la iglesia que podemos ver hoy en día, considerada popularmente como “la tercera catedral zaragozana” y que cuenta con importantes privilegios históricos, como por ejemplo el de encabezar las procesiones de la ciudad en donde participen el resto de iglesias. En el presbiterio podemos admirar el Gancho, que iba delante del resto de cruces de las otras parroquias y siempre presidia las que se realizaban partiendo de esta parroquia. Se trata de una hoz insertada en una larga vara cuyo origen es incierto; incluso da nombre popularmente al barrio y se cree que podía servir para cortar las ramas bajas de los arboles que poblaban las estrechas calles por donde discurrían las procesiones que salían de la primitiva ermita de San Blas..





El interior del templo es un rosario de bellos ejemplos artísticos de diferentes momentos, voy a limitarme a enumerar algunos de ellos, esperando que seáis vosotros quienes os acerquéis hasta allí para contemplarlos en primera persona.



El retablo mayor es obra del taller del insigne Damián Forment y está dedicado a San Pablo (escultura que lo preside y que si salió de las manos del artista citado). Concluido en 1517, sigue el modelo del retablo de la Seo zaragozana con su peculiar óculo que sirve para convertir al retablo en una gran custodia para venerar al Santísimo Sacramento. De este retablo podemos admirar también, sus puertas con escenas del martirio de San Pedro y San Pablo y que recientemente se han colocado en su lugar de origen (ejemplo único en Zaragoza) y que nos recuerdan que los retablos antaño estaban cerrados y se abrían para las solemnidades más destacadas del calendario litúrgico. Destacan además el magnífico frontal del altar mayor en plata y la pintura de Jerónimo Cosida dedicada a la Inmaculada que se sitúa sobre el sagrario.




En la nave central y en el lado opuesto al altar se sitúa el coro y el bellísimo órgano, conjunto concluido en 1572 que se cierra con una impresionante reja del siglo XVIII en cuyo dorado de sus esculturas participó José Goya, padre del renombrado pintor. Bajo este espacio encontramos una amplia cripta.






Las capillas nos ofrecen constantes sorpresas y nos dan muestra de las continuas donaciones que recibía la parroquia, además de la posibilidad de multiplicar el culto dentro del templo, ya que hay capillas que por sus dimensiones podían alojar a gran cantidad de fieles. La capilla Bautismal está presidida por la Virgen del Populo, antiguo lienzo traído de Roma por Pedro Victoria; la capilla del Rosario guarda un bello retablo gótico dedicado a Santa Catalina; la capilla del Pilar en el deambulatorio y tras el altar mayor, se cierra con una espectacular reja gótica y aloja en su interior en las festividades señaladas el busto relicario de San Blas -muestra sobresaliente de la orfebrería zaragozana del siglo XVI obra del platero Andrés Marcuello- y también el de San Pablo. 








Recomiendo también, dar una vuelta alrededor del templo para contemplar su exterior y percatarnos que pese a la aparente unidad formal del conjunto, se pueden apreciar las diferentes etapas constructivas del mismo; además de encontrar algunos “tesoros” más como la puerta norte, en la calle San Blas, una delicia gótica que no debemos perdernos.



Por todo esto, estamos ante un templo con mayúsculas del panorama religioso y artístico de nuestra ciudad, visita ineludible que estoy seguro se repetirá en muchas ocasiones. Lo merece.

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