CRIPTA DE LAS SANTAS MASAS
Situada bajo la Basílica de Santa Engracia, la
Cripta de las Santas Masas es el origen de un santuario, -luego convertido en
importante Monasterio hasta su destrucción en el siglo XIX- que
recuerda la tradición milenaria de los Innumerables
Mártires de Zaragoza.
Por la tradición y los escritos de Prudencio
sabemos que en la Ceasaraugusta romana, en torno al año 303 y como consecuencia de la persecución de
Daciano a los cristianos, -amparado por el mandato del emperador Maximiano-, se
produjo en nuestra ciudad una de las masacres más numerosas contra los seguidores de la nueva religión, tan solo
superada por las acaecidas en Roma y Cartago.
Según parece Daciano se valió de la argucia de
proclamar que todos aquellos cristianos que se asentasen extramuros de la
ciudad tendrían la condición de hombres libres. Cuando salían por la puerta sur
(la puerta Cinegia), fueron vilmente apresados y asesinados a cuchillo. No
contento con eso, Daciano, indicó que los cuerpos fueran quemados junto con
otros cuerpos de presos ejecutados por otros delitos con el fin de que los cuerpos
de los cristianos no pudieran ser recogidos y guardados como mártires. Una vez empezada
la cremación, una lluvia comenzó a caer sobre el lugar de la gran hoguera...y
de una forma sorprendente se fueron separando las cenizas unas de las otras y
formándose unas “masas” sonrosadas que se diferenciaban del resto de cenizas
negruzcas.
Así surgieron las Santas Masas, que fueron recogidas y escondidas en una gruta cerca
del rio Huerva, y hoy se siguen venerando en la Cripta, en el mismo lugar donde
fueron depositadas para que no se olvide la venerable tradición de quienes
murieron por su fe.
Además, aquí también se recuerda a Santa
Engracia, joven doncella lusitana que fue brutalmente torturada y martirizada
por el mismo motivo, junto con su tío Lupercio y el resto de su sequito
en fecha 16 de Abril del 303.
Y finalmente a San Lamberto, martirizado por su
propio señor el 19 de Junio del 303, por negarse a ir al templo pagano a hacer
un sacrificio. El señor le cortó la cabeza y milagrosamente, el cuerpo continuo
vivo y llevando su cabeza entre las manos, llegó andando a Zaragoza,
hasta el lugar de martirio del resto de cristianos, donde finalmente murió.
Con respecto a la descripción de la Cripta, y
dejando a un lado el devenir del resto del conjunto monástico, debemos recordar
que en el segundo Sitio de 1809, el templo fue brutalmente volado por las
tropas francesas quedando la cripta prácticamente sepultada.
Las obras de reparación se llevaron a cabo entre
el 14 de agosto de 1814 y el 24 de Mayo
de 1819 y fueron dirigidas por José de Yarza que levantó la cripta que hoy
podemos visitar; un lugar recogido y silencioso articulado en 5 naves separadas
por pilares que sujetan sencillas bóvedas vaídas creando un espacio pleno de
misticismo.
Este lugar es una verdadera joya por rememorar
una tradición milenaria y en donde aún se puede disfrutar in situ de auténticos
tesoros que fueron depositados aquí.
Podemos apreciar en el eje principal de la Cripta,
el pozo donde descansan los Innumerables Mártires, las reliquias de Santa
Engracia; San Lupercio y San Lamberto, así como la urna procesional de las Santas
Masas; por no hablar de la columna donde fue atada la Santa o el clavo con que fue
finalmente herida de muerte en la cabeza.
Pero a esto hay que añadir los soberbios sarcófagos
paleocristianos que realizados en Roma llegaron a Zaragoza a través del Ebro y
su puerto fluvial entre los años 330 y 350.
El primero, colocado hoy en el lado del evangelio
es el de la “Trilogía Petrina”, realizado en mármol de Paro y relacionado con
el taller romano del sarcófago de los Dos Hermanos (hoy en los Museos
Vaticanos), presenta tres escenas de la vida del apóstol Pedro: el milagro de
la fuente, el arresto y el canto del gallo.
El segundo sarcófago, hoy colocado en el lado de la epístola es el de “Receptio Animae”, realizado en mármol de la isla de Mármara, éste se relaciona con el taller del arco de Constantino de Roma. Tres de sus caras están esculpidas, representando Jesús entregando los símbolos del trabajo y la expulsión de Adán y Eva del Paraíso en los lados menores y destacando en la parte frontal el tema de la acogida del alma por Dios, entre otras escenas.
Las dos piezas son soberbias y todo un privilegio
para el visitante la fascinación que produce su contemplación, en el mismo
lugar donde se depositaron hace más de 1500 años.
Finalmente cabe destacar el grupo escultórico que
hace las veces de altar mayor de la Cripta y que está formado en el centro por
la bellísima imagen de la Santa Engracia, obra en alabastro del siglo XV de la
mano del maestro Ans Piet d’Anso, que se complementa y acompaña con dos grupos
de personajes que ataviados a la manera del siglo XVI, tratan de representar a
los mártires compañeros de la Santa.
Son unas esculturas muy enigmáticas, que
pese a no estar documentado su autor, ni saber si se realizaron para este lugar
o para otro del monasterio, se ha atribuido su autoría a Damian Forment, que incluso
se autorretrataría en uno de los personajes del grupo de la izquierda, ataviado con la gorra y la cofia que portaban los escultores en la Zaragoza de aquel tiempo. En el grupo de la derecha encontramos un personaje que se supone representa
al propio emperador Carlos V. Hay autores que sostienen la teoría que estos personajes tratan de representar el paso del tiempo y procederían de la capilla de los Reyes Magos, hoy desaparecida que la familia Ortal poseía en la Iglesia Monástica.
Con todo ello y a modo de conclusión, solo me
falta recomendaros la visita a este lugar sublime, un auténtico símbolo del valor
y la memoria en una fe inquebrantable. La energía que aquí se siente se hace
patente a cada paso y en cada silencio.
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