antiguo CASINO MERCANTIL


Ubicado en el Coso zaragozano entre los muros que hoy día albergan la sede central de Caja Rural de Aragón, se guarda el recuerdo de la entidad que durante más de 150 años fue motor y bandera de la cultura en nuestra ciudad.



 El centro Mercantil, Industrial y Agrícola nace allá por el año 1839 como Tertulia del Comercio y tras tener varias sedes anteriores, pasa a ubicarse en 1875 en el que fuera Palacio de los Azara en calidad de arrendado.

Este edificio había sido comenzado a construir por Juan de Coloma – el que fuera secretario de los reyes Juan II y Fernando el Católico-  a finales del siglo XV, siendo su hijo Juan Francisco Pérez de Coloma y Calvillo el que lo terminará. Una de las ultimas noticias de que disponemos es el dorado de las cruces y rosas del artesonado que cubre la Sala del primer piso (hoy Salón Rojo) que se realiza en 1530.  Ya en el siglo XVIII había pasado a ser propiedad de José Nicolás de Azara, Marqués de Nibbiano.

En 1910, la entidad toma la decisión de comprar el edificio y emprender una ambiciosa reforma que se irá desarrollando en varias fases y que tendrá como consecuencia un lugar en donde continente y contenido es en muchos aspectos un auténtico crisol de las tendencias artísticas de más de media centuria y en donde dejan su huella los mejores artistas aragoneses, muchos de ellos, socios de la entidad.







La primera gran reforma la emprende Francisco Albiñana entre 1912-14 y se centra en las estancias 
más representativas y que miran al Coso.  Es tan ambiciosa, que no llega a realizarse en su totalidad, conservándose el Salón de Fiestas que ya había construido Antonio Miranda cuando la entidad estaba en situación de arriendo. Impera el gusto modernista y se crean espacios que son el canto de cisne de este estilo en Zaragoza. Destacan la soberbia fachada principal con una decoración floral desbordante y la remodelación integral del Salón Rojo, en donde y bajo el espectacular palio de la techumbre mudéjar, herencia de la casa de los Coloma, se desarrolla el ciclo de pinturas de Ángel Díaz Domínguez alegóricos a hitos del devenir zaragozano, como son: El Canal Imperial,  Los Sitios, la apertura de la Calle Alfonso y la Exposición Hispano Francesa de 1908.










 
Posteriormente en 1918, el mismo Albiñana contando esta vez con la colaboración del escultor José Bueno que ya había intervenido en la decoración del Salón de Recreos, ejecutarán el bellísimo Salón Restaurante en el tercer piso también llamado Salón de Columnas. Éste se complementa con el suntuoso Saloncito Pompeyano destinado para fumar.





 








Llegamos a 1928, momento en que la entidad pasa por su mejor momento y se decide hacer una segunda reforma, esta vez encaminada a dotar al edificio de salas de mayor empaque desarrollándose esta vez hacia la calle Cuatro de Agosto. El proyecto firmado por Iñiguez, Marrero y Sala dotará al edificio de nuevos espacios como la amplia Biblioteca, Sala de Exposiciones y Laboratorio Fotográfico, Gimnasio, Peluquería, Salas de juego, nuevas dependencias administrativas y de visitas, así como la remodelación total del Salón de Fiestas, formado por el Salón de Actos y Salón Café. Todo ello se articula con una nueva segunda escalera, que lejos de ser accesoria, se revela como un auténtico hito arquitectónico por lo arriesgado de su concepción y la belleza de sus líneas resultantes creándose puntos de vista nuevos en cada tramo.












El Centro se convertirá en un auténtico mecenas de las artes en nuestra ciudad. La primera Sala de Exposiciones permanente se abrirá en la planta baja, en el Salón Goya en 1921 y hasta 1940, será la única con que cuente Zaragoza.

Pero lo que siempre me llamó la atención de este lugar no es que por sus salas pasasen grandes figuras de las artes, sino que entre sus muros quedaron bellísimas muestras de su ingenio y talento.

El Mercantil, fue la casa de las maravillas, el lugar en donde la Cultura se respiraba y se bebía a grandes sorbos irradiándose como un gran faro de luz por sus cuatro costados. Una pena que un día todo ese espíritu se esfumo quedando solo la belleza del recuerdo.

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