Alonso de Leznes. Maestro de ciudad
Hubo un tiempo en que la ciudad de Zaragoza vibraba al son de una renovación de su caserío sin precedentes. Hubo un tiempo de cambio y de sublimación de su arquitectura que marcó un hito en el panorama de las ciudades renacentistas convirtiendo a Zaragoza en la “Florencia de las Españas”...
Y en este contexto verdaderamente extraordinario, debemos recordar a los Maestros de Ciudad, los protagonistas de esta historia como un guiño a su genio y buen hacer. Concretamente me voy a centrar en uno de ellos a caballo entre el gótico y el renacimiento, una figura clave que engrandece con su buen trabajo su noble profesión.
Me estoy refiriendo a Alonso de
Leznes documentado desde 1512 como maestro de ciudad; lo que en otras regiones
se denominará alarifes. Respecto a su trabajo sabemos que aparte de desempeñar
las funciones propias de dicho cargo al servicio del Concejo de la ciudad
–labor similar a la que hoy realizan los arquitectos municipales- aparece en otros
trabajos con nombre propio; como aquellos que realiza en la Cárcel común en
1512; en la reedificación de la Iglesia de Longares en 1526; también es
mencionado en obras en la iglesia de San Pablo en 1536; para intervenir después
y de forma especialmente brillante en la finalización de la Lonja a partir de
1546. De sus últimos trabajos destacan la torre de Utebo en 1544 para finalizar
con las obras que hará en la Colegiata de Borja en 1546.
Fue un maestro de casas que gozó
de gran prestigio participando activamente en el arbitrio de pleitos vecinales
debido a su función municipal. En 1550 ya aparece incapacitado para el
desempeño de su cargo sustituyéndole su hijo Antón con el cual trabajará en sus
últimos años hasta su muerte acaecida en 1552.
Al hilo de esta trayectoria vamos
a realizar un pequeño viaje deteniéndonos en tres de las más hermosas
creaciones de este artista localizadas en Longares, Zaragoza y Utebo, clara
muestra de la versatilidad del artista que hace las veces de puente entre las
formas de construir al moderno con
claros resabios de continuidad gótica sin olvidar las formas mudéjares y las
nuevas formas al romano que desde
Italia comenzarán a desarrollarse desde el segundo cuarto del quinientos.
Vamos a comenzar trasladándonos a la cercana villa de Longares. Este municipio formaba parte del señorío del Arzobispo de Zaragoza y su iglesia será reedificada bajo el mecenazgo de don Hernando de Aragón y el Abad de Veruela, Fray Lope Marco, siendo planificada por nuestro Alonso de Leznes como una espléndida planta de salón de tres naves de igual altura. Para valorar el genio del maestro tenemos que entrar en el interior del templo. Pese a que sus obras se prolongaron en demasía,-no finalizarán hasta 1662-, la unidad del conjunto permanece, interviniendo la mano sucesivamente de Juan de Estalla y Martín de Avaria en sus dos naves laterales. Estamos contemplando la belleza de un diáfano salón con columnas anilladas que nos sorprende y nos sobrecoge. Una armonía de espacio en donde la luz juega un papel decisivo inundando la totalidad del templo de misma altura en sus tres naves que tiene como consecuencia una belleza limpia e inspiradora para el visitante.
De vuelta a Zaragoza, encontramos
a nuestro Alonso de Leznes como protagonista de una obra que marcará un hito en
su prestigio urbano y artístico, alabada por viajeros y cronistas.
La Lonja de Comercio nacerá de
una necesidad ineludible para la ciudad. Unida a las Casas del Puente, sede del Concejo, de
la que era una prolongación, este edificio tiene como fin dar cobijo a la Tabla
de Depósitos, largamente anhelada por la ciudad y otorgada mediante privilegio
real por Carlos I en las Cortes de Monzón de 1542.
El patrocinio del arzobispo de
Zaragoza, Hernando de Aragón, al igual que en Longares fue decisivo aquí
también, ya que antes las transacciones comerciales tenían como lugar habitual
los pórticos de las iglesias y sobre todo, el de la catedral misma del Salvador. La
construcción de un nuevo edificio exclusivo para estos fines supondrá a la postre un
prestigio para la vida ciudadana y así Zaragoza se equiparaba a otras ciudades dentro
de la Corona de Aragón como Barcelona o Mallorca y Valencia que ya desde el
siglo XV lucían esplendidos salones mercantiles.
Si bien es cierto que el diseño y primeros pasos constructivos del edificio se los debemos a la maestría de Juan de Sariñena, su repentina muerte en 1545, 4 años después del comienzo de las obras, supondrá un parón de las mismas. Alonso de Leznes tomará el relevo de las obras finalizando el proyecto con importantes cambios. La concepción interior como un gran salón siguiendo las pautas de la arquitectura religiosa, quedaba pendiente de resolverse con el diseño referente a las cubiertas. Si Sariñena optaba por una cerramiento a base de una gran linterna que iluminara el edificio de forma cenital, Leznes optó por una solución más acorde con el concepto del salón entendido como una unidad espacial en donde la luz entra por las ventanas laterales consecuencia de la misma altura de las naves y así aprovechando esta unidad espacial, el cielo de tan imponente espacio quedará definitivamente caracterizado por la espectacular trama formada por las bóvedas estrelladas que emergen de las columnas creando un oasis de belleza fascinante y perfecta.
Y llegamos al final de este
capítulo con uno de los trabajos que simultaneará con aquellos realizados en la
Lonja y en donde Alonso de Leznes va a expandir su talento al máximo,
dejándonos una obra que hoy nos emociona. Me refiero a la torre de la Iglesia
de Utebo. Aguas arriba del Ebro a escasos kilómetros de Zaragoza encontramos
esta maravilla que nos deslumbra cual faro que irradia una belleza sin igual a
través de sus innumerables azulejos y esbelta silueta. Quedamos arrebatados
contemplando su decoración cerámica plagada de juegos geométricos fusionados
con una filigrana en ladrillo única. Una obra que se alza cual canto de cisne
de las formas mudéjares que han hecho a Aragón universal. Sinfonía cromática
abrazada a la luz de un sol que nos muestra una torre cambiante y nos fascina a
cada momento en su mutante y hechizante belleza.
Alonso de Leznes, gracias por tu
genio!!
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