Os propongo un recorrido - pleno de nostalgia- por esta emblemática fundición que desde 1880 y hasta 2013, vio salir de sus hornos gran numero de elementos que embellecieron la ciudad de Zaragoza. El primer trabajo de Antonio Averly fue el esplendido chapitel bulboso formado por placas imbricadas de cobre que corona el campanario de la Catedral del Salvador. Después vinieron estatuas tan emblemáticas como la de Juan de Lanuza en el monumento al Justiciazgo en la plaza de Aragón; o magníficas columnas que embellecen edificios señeros como el actual Paraninfo Universitario; el antiguo Matadero o los porches de la inconclusa plaza del Mercado. Sin olvidarnos de fuentes , farolas, bancos... un patrimonio del que Zaragoza debe sentirse orgullosa.
La finca, -un interesante ejemplo de fusión entre vivienda y fabrica siguiendo el modelo francés que su fundador ya había conocido en su ciudad natal de Lyon- se complementa con edificios auxiliares de oficinas y almacenes, así como la casa, claro está, en donde han vivido sus propietarios desde hace varias generaciones. Esta última contaba además con un amplio jardín que aún guarda los bustos de los reyes Alfonso XII y María Cristina de Austria, que recuerdan la visita que hicieron a sus instalaciones en 1882.
Hoy sin embargo, todo es silencio y olvido. La finca vendida a una constructora y salvada, sólo en parte y tras un movimiento ciudadano que pedía a gritos sus conservación- ha visto como los nuevos edificios de viviendas engullen poco a poco, las partes que se han mantenido. Veremos como termina la cuestión y si estos "supervivientes de la piqueta" son puestos en valor e integrados de alguna forma en el conjunto que día a día va tomando forma.
Ya no se oye el rugir de las máquinas y ya no saldrán de sus hornos nuevas obras que embellecerán calles y plazas. Las que quedaron aquí, ya sólo son testigos mudos de aquel esplendor perdido que duerme en las brumas del recuerdo...
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